domingo, 28 de octubre de 2012

Tres. Bonjour le Chaos


Bonjour le Chaos.

¿Cómo hacer el relato de lo que no tiene origen, ni final y aparece como un instante detenido en el movimiento de su propio reflejo? ¿Cómo decir sin palabras? ¿Cómo esperar que algo pudiera entenderse si el ruido es tan grande que no se escucha nada?... Et pour si muove… "yi tzi," porque es asi, dice la filosofía china, "mu sho tok´ko" sin propósito, dicen en el Zen japonés. Haz todo porque sí. Dicen que le habría dicho Dios al matemático Blas Pascal y de ser cierto sería apropiado: “No podrías buscarme si no me hubieras ya conocido”. Vuelta a volver. Conocer es reconocer.


Comunicación debe ser la tarea. “Comunicación… ¡y transmisión!...” grita Debray desde el fondo de la sala. Cierto: no basta con decir, además hay que ser escuchado. Y eso supone adecuar los mecanismos de lenguaje a los imperativos del media hegemónico. No será un despropósito que se recuerde aquí entonces que estamos en la era de internet y que nuestro lenguaje circula en la iconósfera, donde la imagen es la palabra y el signo mercancía.

Y es que como nunca antes hay que desmitificar en el mismo proceso de mistificación. Tenemos que construir la deconstrucción, informar la desinformación, mistificar la desmitificación. La transparencia simple de ser como se es, debiera bastar. Más, sería imposible. Estos diálogos, estas conversaciones, en red y en grupos, alimentándose de acuerdo a la lógica espontánea de lo que pudiéramos contribuir, cuando pudiéramos hacerlo. Y hay que tener dos caras: no basta con publicar y recibir comentarios. Además hay que trabajar en conjunto. Esto es en rigor iniciar una lógica efectivamente transdisciplinaria. Probablemente se requiera la magia impensada del internacionalismo. Pero desde más atrás de las clases, como cuando éramos nómadas y cazadores recolectores y no existían fronteras. Simplemente viajábamos detrás del Mamut y hacíamos fuego de su caca. Al final probablemente ni quisiéramos cazarlo. Seguíamos.

Recuerdo entonces breve, que se ha convenido por algunos, determinar el comienzo de la ciencia occidental con la publicación de los “Diálogos, sobre las dos visiones del cosmos”, de Galileo. Probablemente, más que la heresía de sus postulados (¡cómo puede alguien siquiera dudar que la tierra está en el centro del universo!...), lo que inauguró esta nueva etapa del conocimiento, fue que se publicó en lengua vernacular, en la ocurrencia en italiano y que sus planteamientos pudieron así ser difundido entre la gente. Que es lo mismo que ocurriría a partir de entonces con los trabajos de Descartes, que publicó en francés, Leibniz, que lo hizo en alemán, o Faraday, en inglés.

De aquí que aunque se olvide con frecuencia, la ciencia tiene un componente fundador esencial de difusión, entre la gente. Probablemente, tan importante como la separación del saber de los productores, promovida por el capitalismo industrial, y que encuentra su vehículo predilecto en la institución universitaria, entrampada en sus propias dinámicas de fraccionamiento disciplinario y de su resultado a la vez maravilloso y terrible, la tecnociencia, que es una forma particular-concreta de “hacer ciencia”, y difundirla entre la gente, aunque no se entienda, ha sido, para el estado actual del arte, que el científico se haya visto cortado de los canales nutritivos de retroalimentación con la gente.

Ese proceso de negación del punto de partida y del punto de llegada –que el conocimiento es un proceso social y que es a la sociedad que se devuelve-, (como el agua que se evapora del lago y que vuelve a caer como lluvia), que objetiva la tecnociencia y que nos hace encontrarnos tan desvalidos frente a sus productos, que nos hacen al mismo tiempo consumidores y consumidos, como toda negación, debe a su vez ser negada. Puede que esas contradicciones estén ahora en un punto de inflexión. Tanto por la materia infinitamente “simbólica” que nos convoca -si me permiten la expresión para referirme a la nanotecnología-, como porque es esa misma tecnociencia que ha puesto las herramientas de acción y reacción en manos de la gente. También -pueda así ser-, porque nosotros tenemos la fortuna de compartir el conocimiento y el firme propósito de seguirlo haciendo por el beneficio de todo lo viviente. 

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